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LA GLOBALIZACIÓN: esa “bendita” palabra. Por Rafael Rafat

¿qué Es Globalizarse?
El término “globalización” viene de un anglicanismo (globalization). En español deberíamos utilizar el término “mundialización”, que expresa mucho mejor eso de ser un único mundo. Pero ahora ya es muy tarde como para cambiar tendencias, así que seguiremos con el término “globalización”.
La idea de globalización empieza a crearse después de la 2ª Guerra Mundial, pero adquiere verdadero empoderamiento a partir de la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 y el desmembramiento del bloque comunista con la desaparición de la URSS en diciembre de 1991. La caída del “telón de acero” supuso que un gran espacio económico, político y social hasta ahora prohibido y opaco, dejara de existir, y en su lugar aparecieran nuevas oportunidades de relacionarnos económica y socialmente. La caída del telón de acero nos mostró un “nuevo mundo” por explorar y descubrir a todos los niveles. Además, las nuevas tecnologías de comunicación entre territorios favorecían una interacción rápida. Según Wikipedia, la enciclopedia libre y global, la globalización es el proceso a escala mundial económico, tecnológico, político, social y cultural, consistente en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo. Se identifica con un proceso dinámico producido por la sociedad con una finalidad de liberalización y democratización política, jurídica y económica.
En cualquier caso, la globalización que tenía que venir después de la caída del muro de Berlín tenía que ser algo que desregularizara mercados, abriera relaciones multilaterales acabando con la unilateralidad y bilateralidad propia de épocas anteriores, promoviera los derechos humanos tomando peso Naciones Unidas como órgano de vigilancia y protección de una multilateralidad generosa soportada por los contrapesos de los propios acuerdos a “muchas bandas” en un mercado único de bienes, capitales y personas. Y lo que entonces no sabíamos, pero que pronto nos dimos cuenta, era que todo eso estaría soportado por los grandes avances tecnológicos en comunicación, es decir, por Internet… la gran red social donde todo va de un lado para otro en cuestión de segundos. Globalizar, o mundializar lo económico, tecnológico, político, social y cultural, a través de procesos dinámicos de esencia social para la liberalización y democratización de todo, gracias a la facilidad de comunicarnos sin límites entre nosotros y llegar a ser “interdependientes”. Hermosa palabra la interdependencia. Al final globalizar es conseguir ser multilateralmente interdependientes y para ello debemos democratizar y liberalizar lo económico, la tecnología, la política, la sociedad y lo cultural…, y todo a escala mundial. ¡Gran empresa!. Relacionarse interdependientemente supone dejar de ser tóxicamente dependientes unos de otros (por ejemplo, entre los países “en vías de desarrollo” con los países “desarrollados”); pero también supone dejar de ser independientes (nacionalismos más o menos populistas de uno u otro color y defensa a ultranza de los Estados-Nación como único ente posible de organización político-jurídico-económica). La interdependencia es relacionarse y necesitar unos de otros bajo una premisa de igualdad y libertad. El término fue acuñado por Mahatma Gandhi hace ya casi un siglo.
Occidente Al Ataque
Como decía, la caída del muro de Berlín dejó a todo un espacio geográfico, político, económico, social y cultural, huérfano de padre y madre. Y Occidente vio en ello una gran oportunidad de posicionarse dentro de dicho espacio desregularizado y sin apenas controles. Las grandes corporaciones vieron cómo de la noche a la mañana se agrandaba el club de países “en vías de desarrollo” susceptibles de ser colonizados, susceptibles de entablar relaciones económicas asimétricas, sin casi regulación, ni control, pero atractivos enormes márgenes con los que engrosar sus cuentas de resultados opacas en paraísos fiscales controlados en última instancia por sus mismos gobiernos, esos a los que también financiaban sus campañas políticas y a sus políticos retirados. Y lo que creíamos que iba a ser la realización del sueño póstumo de Ganghi, se convirtió en algo así como la pesadilla de Mad Max. Y entonces es cuando, en un mundo donde tecnológicamente todo fluye de un lado para otro sin limitaciones ni restricciones de ningún tipo, donde los “unos” entran como un elefante en una cacharrería, y los “otros” se dan cuenta, o aprenden, que la puerta trasera de los primeros se quedó abierta, se cuelan por ahí para crear el caos en aquellos que a los que llaman Satán y que han mamado desde pequeños, o que alguien interesado les ha hecho creer de generación a generación.
Y por esa puerta trasera se nos cuela el terrorismo más cruento y desgarrador. El 11 de septiembre de 2001, Occidente se da cuenta de golpe que algo ha cambiado cuando las torres gemelas de Nueva York son destruidas muriendo miles de personas. Occidente acababa de perder su “status quo” mundial sin saberlo, y ya nada volverá a ser lo mismo desde entonces para nosotros. Para los que vivimos en Occidente, ese 11 de septiembre y sus consecuencias posteriores fue el despertar de aquél sueño de una noche de verano que fue la caída del muro de Berlín. Sí, es cierto que entre aquél ya lejano 1989 y el 2001 habían pasado muchas cosas en el mundo. Vimos esfumarse en un “plis-plas” al bloque soviético, y alzarse con el control del arsenal nuclear de la ex URSS a Boris Yeltsin, el nuevo zar de la gran madre Rusia de todos los tiempos. Y tal como se alzaba, caía… como lo hacían también el resto de ex repúblicas soviéticas. También vimos la primera guerra de Irak. La condonación de la deuda mexicana. El derrumbe de las emergentes economías asiáticas, los llamados tigres asiáticos. El derrumbe económico definitivo de Rusia. Y sin ruido de fondo, sin promover ningún tipo de democratización de su sistema político, sin prisa pero sin pausa, la constante emergencia de China dentro del nuevo concierto internacional, olvidándonos todos de los tristes episodios en la Plaza de Tiananmén en 1989. A partir de entonces todo se sucede a un ritmo vertiginoso. El mundo “desarrollado” siente el miedo en sus carnes. Miedo real. Miedo a no estar seguro ni en tu propio país. En tu propia casa. Miedo a ser un blanco en cualquier desplazamiento vacacional con la familia o los amigos. Pasear por las grandes urbes de Occidente ya entraña peligro. Paris, Niza, Londres, Berlín, Nueva York, Madrid o Barcelona lo sienten en sus propias carnes. Un peligro quizás sobreestimado, pero en cualquier caso un peligro incontrolable e irracional amplificado gracias a la propia globalización de la tecnología y las comunicaciones. Y después de aquél 2001 y la posterior segunda guerra de Irak entre otras vicisitudes geoestratégicas globales, en el 2008 nos dijeron que existían unas “cosas” llamadas “hipotecas basura” que los bancos de los EE.UU. habían concedido a personas que no podían pagarlas.
Que sin entender muy bien cómo ni por qué, esas “hipotecas basura” americanas que habían hecho caer un banco americano (Lehman, septiembre 2008) y había puesto en riesgo al resto del sistema financiero de los EE.UU., en el 2010 puso en jaque a todo el sistema financiero mundial, y en especial al europeo y a la Unión Europea (UE). Y para que eso no afectara a los depositantes europeos y a sus ahorros acumulados en sus bancos nacionales desde la 2ª Guerra Mundial, los Estados decidieron salvar a los bancos con avales y dinero extraído de los erarios públicos, a los que todos habíamos contribuido a engrosar para cumplir con el pago religioso de nuestros impuestos. Y así, por ese efecto globalizador, durante el 2011 hubieron Estados como el griego, italiano, irlandés, portugués y español que estuvieron a punto de quebrarse. Y para que no pasara, la amada Unión Europea que tanto nos había dado de transferencias durante años para ayudar al desarrollo de ciertas zonas “en vías de desarrollo” dentro de los países “desarrollados”, y que también sirvieron para engrosar los bolsillos corruptos de muchos de nuestros amados líderes políticos, se cansó. Y se cansó de dar dinero año tras año, y en cambio, seguir teniendo durante décadas zonas internas “en vías de desarrollo”. Y el grifo se cerró también de golpe. Y nos envió a la “troika” para obligarnos a reducir drásticamente el gasto público en todo, incluso en aquello que nunca debería haberse reducido, como era el sistema educativo y, especialmente, el sanitario. Desde el 2011 hasta el 2014, nos pasamos unos años viendo a gente “normal” en el paro durante muchos años, pidiendo ayudas sociales para la cobertura de sus necesidades básicas y la de sus familias, y en muchos casos, llegando a ser deshauciadas de sus casas. Era como ver el NO-DO en blanco y negro sobre la postguerra española, pero en colores. Esa gente “normal”. Como tú, como yo. Tu vecino, tu amigo, tu primo… pidiendo ayudas de comedor para que sus hijos hicieran una comida decente al día. En la España del siglo XXI. El terrorismo global nos había hecho sentirnos muy inseguros, y un sistema financiero global nos había hecho económicamente débiles y vulnerables.
Entre medio, se persiguieron a los grandes monstruos de nuestras peores pesadillas occidentales. A Bin-Laden y a los paraísos fiscales. Como siempre se suele hacer en estos casos, en vez de solucionar el problema, se trata de paliar el dolor del síntoma. Al primero lo pelaron, y a los segundos nos los cargamos. A ambos por personificar la maldad del mundo global, pero con una nueva puerta trasera entreabierta para los paraísos fiscales: permitir que ciertos territorios mantuvieran un “status quo” fiscalmente favorable para la “eficiencia” fiscal. Y como no, algunos de esos territorios estaban en los EE.UU. (ciertos Estados Federales dentro de la Unión), la UE (Luxemburgo), o incluso China (Hong-Kong). Porque los terroristas globales y los políticos corruptos del mundo, entre otros, seguían teniendo necesidad de almacenar sus capitales, y por que no, muchos de los grandes bancos que habían contribuido a globalizar la crisis de las hipotecas basura mantendrían filiales más o menos declaradas en dichos lugares para administrar dichos capitales. ¡Círculo global cerrado! Y ya tenemos servida la mesa del populismo nacionalista. Sensación de inseguridad física y económica amplificada por la comunicación global a veces teledirigida por intereses ocultos. Presión migratoria globalizada. Corrupción pública y privada global. ¿Alguien da más?. El plato está servido. Pues sí… alguien nos ha dado algo más para añadir al plato. Un virus global en poco más de dos meses que nos mantiene confinados… pero no aislados gracias a la globalización de la comunicación y de la tecnología. Un virus global que nos mantiene confinados en casa en pleno siglo XXI como si se tratara de la peste negra que leíamos en los libros de historia. Pero un virus que, si bien es cierto que es más letal y contagioso que una gripe común, lo que verdaderamente nos ha provocado el confinamiento ha sido el carecer de un sistema sanitario capaz de absorber un reto de esta magnitud a corto plazo. En parte por ser un sistema sanitario que durante unos cuantos años ha sido el foco de las políticas de austeridad europeas en unos casos, o bien, por tener una visión extremadamente liberal de lo social.
Pero cuando las cosas se tuercen, allí es donde aparece la familia y los amigos para ayudar. ¿Verdad?. Ahí está nuestra familia europea y nuestros amigos americanos que nos echarán una mano con equipos, tests de diagnóstico precoz, mascarillas, etc… para combatir a este nuevo enemigo global. Pero los equipos y tests no vienen. ¿Nos despertamos tarde?, sí… pero nos despertamos. Y los grandes distribuidores europeos de material sanitario radicados especialmente en Alemania y Francia no pudieron hacer frente a nuestras peticiones por que sus Estados habían cerrado las fronteras a este tipo de material ahora considerado estratégico. ¿Y lo de la libertad de circulación de mercancías, capitales y personas?, ¿y el Tratado de Maastricht?… Bueno, pidamos al menos que Europa comparta el coste económico de esta crisis sanitaria que nos obliga al confinamiento y, por tanto, a parar en seco la actividad económica. Emitamos eurobonos para mutualizar el coste de la pandemia en Europa. Pero la UE vuelve a demostrarnos que ya no es solidaria, y su respuesta es “nein”. Así que, “danke, Ich liebe dich auch” (gracias, yo también te quiero). ¿La globalización es buena?. Sí, por supuesto. Siempre que se haga con la finalidad de fortalecer la interdependencia a partir de la libertad, la justicia y la multilateralidad, no para crear lobbies financieros de poder para aprovechar zonas desregularizadas de altos márgenes. Una cosa que debemos aprender de esta situación de confinamiento es que, por muy liberal que sea un sistema económico y social, al menos hay cuatro sectores que no pueden deslocalizarse en su totalidad, ni pueden verse afectados por políticas rácanas de gasto público. A mi juicio, dichos cuatro sectores son el de la educación, la sanidad y sus suministros, la seguridad y defensa, y la gestión de infraestructuras estratégicas tales como, telecomunicaciones, red de carreteras, puertos y aeropuertos, red de suministro de energía y agua, y red de mercados centrales de distribución de alimentos.
Todo el resto puede y debe ser de iniciativa privada si queremos que sean económicamente eficientes, pero los anteriores cuatro sectores no deben gestionarse por criterios exclusivos de eficiencia económica, sino que su principal motor debe ser la maximización del beneficio social. Y siempre bajo eficaz control del gasto público donde al que se le ocurra poner la mano en la caja, se le corte, no física pero sí penalmente. Aviso para navegantes.
¿y A Partir De Ahora Qué Podría Pasar?
Lo que seguro que pasará es que saldremos en 1 ó 2 meses del confinamiento. Y lloraremos a los que se hayan quedado por el camino. Y pediremos responsabilidades por los errores cometidos. Y seguiremos sin hacer autocrítica. Pienso que los efectos del confinamiento serán intensos en profundidad pero cortos en el tiempo. Es un reseteo del ordenador cuando éste “se cuelga”. Y luego el ordenador se volverá a encender, porque esta vez sí que los Estados se han puesto las pilas con las ayudas sin titubeos, y que ha pesar de la insolidaridad europea, los Bancos Centrales se han puesto a imprimir billetes como locos también sin titubeos. Algo habremos sacado de la crisis del 2008. Pero no todo será igual. Sabremos más que nunca que Europa es insolidaria. Porque con la salud no se juega. Y sabremos que los EE.UU. tienen sus propios problemas y no están como para tender la mano a nadie. Y veremos que, a pesar de venir el virus de China, también ha llegado su ayuda en experiencia, médicos y material. En definitiva, el centro del mundo se habrá movido unos grados más hacia Oriente, ese Oriente lejano donde enviábamos a quien de pequeños nos molestaba. Ese Oriente entre el antiguo mundo comunista y “en vías de desarrollo”. Quizás el nuevo mundo. Siempre con Rusia por en medio intentando sacar algún tipo de tajada oportunista de cualquier caos.
Y deberemos empezar todos a globalizarnos en positivo. Con un sistema capitalista consciente de sus fortalezas, que son muchas, y de sus debilidades, que también lo son. Con un sistema de libertades individuales que no debemos dejar perder, pero que es necesario articular un mecanismo por el que se pueda ceder voluntariamente cuando la situación lo requiera con el compromiso de ser recuperado cuando dicha situación, objetivamente deje de requerirlo. Y con un ente supranacional con una visión y una coordinación global y efectiva de todos los Estados. Pero por encima de todo, debemos aprender a ser generosamente interdependientes en nuestras relaciones. Y siempre basadas en la libertad y la democracia. Desde las más básicas a nivel personal, a los más complejos acuerdos multilaterales de comercio internacional. Porque, históricamente, sólo cuando el comercio internacional ha sido libre, el mundo ha avanzado, y las sociedades y las culturas se han beneficiado. —
Rafael Rabat
Economista socio fundador de NORZ Patrimonia EAF
socio fundador de GAR Investment Managers
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